jueves, 27 de diciembre de 2012

TEMÁTICA: MISTERIO

Obra de ejemplo:


La desaparición de Angélica
Sira Sánchez Nicolás

Adela abrió sus grandes ojos azules, al principio todo estaba borroso. Lentamente recuperó la visión y pudo discernir los árboles que habían a su alrededor.

—¿Dónde estoy? —se preguntó en voz baja. La niña estaba tan asustada que ni siquiera se daba cuenta que estaba hablando sola.
Comenzó a recordar, horas antes de perder el conocimiento, estaba jugando al escondite en el claro del bosque con su hermanita pequeña Angélica.
—¿Angélica?, ¿Angélica?, ¡sal de tu escondite, ya es muy tarde! —intuyó que pronto anochecería, así que continuó insistiendo—. El juego se ha acabado, ¿quieres que madre se enfade?

Adela continuó llamándola mientras se secaba las lágrimas hasta que el sol dejó de mostrarse en el horizonte. Ahora la luna llena había ocupado su lugar y alumbraba como un faro en medio de tinieblas. La niña siguió andando, su voluntad le animaba a continuar buscándola hasta que su cuerpo dejó de responderle y cayó al suelo agotada. Se intentó levantar pero estaba demasiado débil, tremendamente torpe. Sacudió su vestido  blanco manchado de barro y sangre, de nuevo quiso levantarse pero volvió a fracasar. Aquella noche de verano del 1942 Adela, apoyada en el tronco de un árbol, cayó en brazos de Morfeo. Tres días después, fue encontrada deshidratada y prácticamente muerta.
Durante años la gente habló de lo ocurrido, ¿qué pasó aquel día? era la pregunta que todos se formulaban. El misterioso caso nunca se resolvió. Angélica nunca volvió a casa y en el bosque no estaba su cuerpo, ni siquiera una pista.
Cada noche a Adela se le aparecía su hermana en sueños. La pobre chiquilla se despertaba sudando, con el corazón en un puño.

—¿Cómo puedo ayudarte Angélica?, ¿intentas comunicarte conmigo o tengo estas pesadillas porqué me siento culpable de tu desdicha?

Adela a veces formulaba estas preguntas en voz alta. Quizá así dejaba de sentirse tan sola, tenía la sensación de que Angélica la podría escuchar mejor.
Una noche la dulce niña tuvo un sueño tan escalofriante y detallado que quedó grabado en su mente para siempre. Le hizo plantearse que probablemente su hermana estaba muerta, pero antes de dejar este mundo quería comunicarse con ella. Le horrorizaba la idea, ¿Angélica un fantasma que tenía un asunto pendiente? En el sueño aparecía el cuerpo inerte de Angélica, arañado, magullado,desnudo. Sangre y moratones afeaban su pálida piel, prácticamente no le quedaban uñas y su pelo dorado se había apagado. Era como una flor marchita.
Su asesino estaba de espaldas cubriendo el cuerpo de la niña con un plástico, lo hacía con sumo cuidado. Vestía elegantemente un traje negro y tenía el cabello castaño oscuro.
Adela lamentó no poder ver su rostro, no saber más de aquel hombre demente que había arrebatado sin escrúpulos la vida del ser que más quería. Únicamente pudo ver como metía el pequeño cuerpo de la niña en el maletero de un coche oscuro. Adela intentó memorizar la matrícula pero al despertar olvidó los últimos dos dígitos.

—«¿Y si esto realmente ha sucedido?, ¡es horrible!» —se dijo.
Se prometió a si misma averiguarlo, pero lo tenía difícil. El caso estaba cerrado, aparentemente olvidado por los policías y autoridades. Los sueños era lo único que tenía, ninguna base sólida, ninguna prueba concluyente. Después de anotarlo todo, Adela bajó las escaleras como si le persiguiera el diablo.
—Madre, he soñado con Angélica.
Después de morir Frank repentinamente a causa de una enfermedad, Ana, la madre de las niñas, dejó de ser la misma. Se pasaba largas horas sentada en el sillón pensando o leyendo. Su triste mirada, a menudo, se detenía en el suelo. Nunca se mostraba dispuesta a escuchar y ahora tampoco iba a ser una excepción.
—No quiero que me hables de ella, es demasiado doloroso —dijo con tono imperativo para evitar que continuara hablando.

Desanimada Adela regresó a su cuarto, sabía perfectamente que si insistía sólo conseguiría enojarla y era mejor no verla en ese estado.
El otoño llegó sin avisar acompañado de algunas lluvias. A Adela le encantaba jugar con las hojas que caían graciosamente de los árboles. Cuando el clima lo permitía, solía sentarse en un banco del parque para contemplar el contraste de colores tostados que caracterizaban el paisaje. No obstante no podía dejar de pensar en el sueño, su corazón estaba destrozado. Durante todo este tiempo sus ojos habían buscado al asesino, pero encontró demasiados posibles sospechosos. Tampoco tuvo suerte con el coche, abundaban los colores oscuros y no vio ninguna matrícula similar a la de su sueño. Era como buscar una aguja en un pajar.
Cuando llegó a casa Adela se sorprendió al ver una tarta de queso en la mesa de la cocina. Se podía oler esa exquisitez desde la entrada. Hacía años que Ana no preparaba postres, era evidente que estaba cambiando pero ¿a qué se debía este cambio de actitud? Su mirada brillaba de una forma peculiar, su tono de voz era más dulce, cuidaba más su aspecto físico y paseaba por el centro de la ciudad con más frecuencia. Antes era impensable encontrar a Ana de tan buen humor, pero ahora, a menudo Adela veía a su madre tarareando una canción cuando hacía la colada o cualquier otra tarea doméstica. Cuando le preguntaba que le hacía tan feliz, la respuesta siempre era enigmática o ambigua.

—No tardarás mucho en descubrirlo cariño, ten paciencia, todavía no es el momento —le respondió en una ocasión.

Realmente era una persona muy reservada, no era fácil conocerla, demasiado introvertida. Quienes la conocían la consideraban una mujer de pocas palabras, un tanto misteriosa. A menudo respondía con una pregunta creando confusión. En sus ojos se podía ver el mar y su presencia invitaba a la serenidad, paz, meditación. Su aspecto era la de una dama atractiva que aparentaba unos cuarenta años. Acostumbraba a recoger su larga melena morena en forma de trenza o moño, el peinado le daba un aspecto más serio e imponente.
Una noche fría y estrellada, la niña volvió a soñar con su hermanita. En esta ocasión, Angélica aparecía para advertirle de algo importante.

—¡Adela ten cuidado, el hombre malo cada vez está más cerca de ti! —exclamaba una y otra vez.
Adela abrió los ojos y no los volvió a cerrar en toda la noche. El miedo se apoderó de su cuerpo y durante días se mantuvo alerta. El sueño le afectó de tal manera que a partir de ese día se mostró reacia a entablar conversación con cualquier hombre, ya fuera conocido o desconocido.
• • •

Una tarde recibió una visita inesperada. Al abrir la puerta se alegró enormemente al comprobar que se trataba de Catherine, su maestra de colegio.

—Buenas tardes Adela, ¿puedo pasar?
—Por supuesto, por favor tome asiento mientras voy a buscar a madre —respondió Adela entusiasmada.

Catherine era una bella joven que no aparentaba más de treinta años. Todas las alumnas la adoraban por su simpatía y dulzura a la hora de instruir. Los profesores la miraban con admiración cuando se cruzaban con ella en los pasillos. Se decía que tenía muchos pretendientes, pero parece ser que ninguno era lo suficientemente bueno para ella. No había ningún varón que no se fijara en sus ojos color esmeralda o en su esbelta figura.

—Disculpa Adela —dijo una vez acomodada en el sofá del salón—, me gustaría hablar a solas con tu madre.

La niña dejó una bandeja llena de pastas en la mesita y miró de reojo a la maestra.

—Entiendo, si me necesitáis estaré en mi habitación.
Adela no pudo ocultar su decepción, esperaba pasar más tiempo con la invitada. Se privó de preguntar a qué se debía la visita, se contuvo porqué no quería ser indiscreta pero todo aquello era un poco raro.
—Señora Ana, estoy aquí para hablar del extraño comportamiento que últimamente está mostrando su hija. Siempre había sido una estudiante ejemplar pero su rendimiento académico ya no es el mismo, ha bajado considerablemente. Se duerme en clase, no hace los deberes, no atiende a las lecciones, siempre está distraída y ausente...—Catherina bebió un sorbo de té para aclararse la voz antes de continuar.
—Tiene que entender que lo ha pasado muy mal, estaba muy unida a su hermana pequeña.
—No es lo único que tenía que decirle, me preocupa más otra cosa. Se muestra distante, poco sociable, extremadamente reservada y, además, he detectado rasgos obsesivos en su personalidad. Es como si fuera otra niña, ya casi no la reconozco.
Ana la miró con asombro, cierto que veía a su hija cambiada, pero no hasta ese punto.
—¿Rasgos obsesivos?, ¿podría concretar más? —preguntó con incredulidad.
—Ayer me di cuenta que estaba escribiendo algo que no tenía relación con el temario que estaba dando. Al acercarme disimuladamente y mirar de reojo hacia su pupitre, pude ver una lista —Catherina dio otro sorbo al té.
-¿Una lista de la compra?, ¿una lista de amigas que invitar a su cumpleaños? —Ana se estaba impacientando.
—No, no, no. Tenía el siguiente título: «Posibles asesinos». Creo que está convencida de que Angélica murió asesinada y está obsesionada con el tema. He observado que últimamente sólo se relaciona con profesoras y evita acercarse a los hombres. Su conducta es anómala, impropia, teniendo en cuenta que sólo tiene doce años. Francamente estoy muy preocupada, le aconsejo que la observe y procure pasar más tiempo con ella. Si su comportamiento no mejora, plantease llevarla a un especialista porqué podría estar padeciendo alguna patología.

Ana se puso las manos en la boca, le costaba digerir la noticia. Minutos más tarde acompañó a la maestra hasta el recibidor y le estrechó la mano con suavidad.

—Agradezco mucho su visita, ha sido muy amable.
—Un placer señora Ana. Mi deber como maestra es preocuparme por mis alumnos y aprecio mucho a su hija. Despídase de ella por mí, hágame ese favor.
Cogió su paraguas y se marchó. Ana se quedó preocupada, mirando la puerta, sumergida en sus pensamientos.
Tras mucho meditar, se le ocurrió la maravillosa idea de planear algo innovador para el fin de semana. Consideró que había llegado el momento de hacer saber a Adela el motivo de su felicidad. Sugirió a la niña que se pusiera el mejor de sus vestidos el sábado por la noche.
—Tengo una sorpresa preparada que te va a encantar y quiero que estés radiante —dijo sonriendo.

Adela estaba emocionada, saltaba y bailaba de felicidad. Escogió un vestido azul marino para la ocasión, le encantaba ese color. Ana observó a su hija con orgullo, parecía una muñeca de porcelana con esos rizos de oro y esa indumentaria. El peinado aún la hacía más adorable, una parte de su pelo estaba recogido con un pequeño lazo del mismo color que su vestido. Su risa aún embellecía más su rostro. Daba gozo verla así, a Ana le hubiera encantado inmortalizar ese momento.

—Ahora vendrá alguien muy especial para mí. Es una persona fantástica que nos invitará a cenar al restaurante más caro de la ciudad. Seguro que te va a caer muy bien, es un ejemplo a seguir, el altruismo personificado. Mañana te espera otra sorpresa, iremos a un parque muy bonito —dijo Ana mientras retocaba el peinado de la niña.

A medida que pasaban las horas Adela estaba cada vez más impaciente, ¡hacía tanto tiempo que no iba a un restaurante! Cuando el antiguo reloj del comedor tocó las campanadas ocho veces, sonó el timbre.

—Es increíblemente puntual —dijo a su hija sorprendida.
Al abrir la puerta, un hombre muy apuesto la saludó cortésmente y robó un beso a su madre.
—«Por eso estaba tan contenta, se ha enamorado» —dijo para sus adentros Adela.

La niña se alegró por su madre y examinó más detenidamente a quien podría llegar a ser su futuro padre. Parecía una estrella de cine, demasiado perfecto para ser cierto. Un hombre alto, corpulento, con una sonrisa seductora. Su pelo castaño oscuro estaba perfectamente peinado hacia un lado y tenía un gusto exquisito para vestir. Llevaba un elegante traje negro que le favorecía y que le combinaba con sus brillantes zapatos.

—Cariño te presento a Sebastián, jefe de policía y un importante empresario.
—Mucho gusto señor.

Algo en su mirada no le acababa de convencer. El misterioso hombre les acompañó hasta su lujoso coche. Adela se quedó petrificada al comprobar que era exactamente igual al vehículo de su sueño. Miró disimuladamente la matrícula, los números coincidían.

—Adela, ¿qué te pasa?, entra en el coche o llegaremos tarde —dijo su madre nerviosa.

La niña no podía moverse, los músculos los tenía engarrotados. El corazón le latía demasiado rápido y cada vez estaba más pálida. Notaba que se iba a desmayar en cualquier momento.

—¡Oh Dios mío!, ¿qué voy hacer? —susurró.



1 comentario:

  1. Me parece genial la iniciativa con este blog. Espero que mucha gente se anime y podamos leer aquí más obras como esta :)

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